Yo siempre he sentido que algo me persigue. Era yo muy pequeño aún y cuando mi madre apagaba las luces, sentía algo tras de mí, como si una sombra me abrazara. Era muy oscura, más que la noche. Podría pensar hoy día, que era simplemente la ausencia de esa luz, pero no, era algo que ocurría y que no conseguía comprender.
—Ya estás con tus imaginaciones — le decía su madre, arropándole mientras le susurraba una canción, con su rostro cansado del día agotador.
Pero, mucho más lejos de eso, no eran imaginaciones. No había noche que no escuchara ese casi imperceptible susurro que se situaba en mi habitación, no era ningún ruido que proviniera del exterior como me decía mamá. No, no era el aullido del viento en la ventana ni el bullicio de los transeúntes en la calle, no, no lo eran.
Mi propia sombra parecía que se alargaba pretendiendo escaparse del control de mi cuerpo y yo me ponía a pensar en otras cosas, pero ni la música, ni la luz de lámpara, podía acabar con aquellos sucesos y se convertía en algo insoportable para mi.
Cuando estaba en la universidad, la soledad del estudio en las noches hacían que siguiera percibiendo aquellos sucesos extraños, aquella sombra, siempre volvía y para como de males mi sombra se disparataba, como si estuviera borracha, deslizándose en muchas ocasiones hacia las sombras.
Tenía que dormir, sino mi mente enfermaría y no estaba dispuesto a ello, debía enfrentarme a estos, mis miedos, por qué ¿Qué otra cosa podían ser?
Durante la noche, no pude conciliar el sueño y en mi mente una tras otra sugerencias de como acabar con aquello. Decidí coger la linterna que tenía en el cajón e ir enfocando cada rincón, cada milímetro de mi apartamento de estudiante. Nada conseguí.
Desfallecido caí en el sofá y allí estaba ella, esa sombra, desde el espejo, observándome.
Levanté mi mano para tocarla, pero no era mi sombra, estaba distorsionada y me quede allí paralizado y el frío me invadió. Sin poder dejar de mirar el espejo, pareció adelantarse un paso y me encontré con sus ojos, por llamarlos de alguna manera, eran como dos pozos de oscuridad profunda, un agujero negro que absorbía todo a su alrededor.
—Estoy aquí, siempre lo he estado, no intentes huir, no puedes—susurró esa sombra.
Todo se volvió uno cuando intente moverme, el suelo y yo, mi sombra y aquella cosa. Como si de una película se tratara imágenes recorrían mi mirada, eran esos recuerdos de la infancia, las noches en que el sueño no podía ser conciliado, esos miedos… Entonces comprendí. Era yo el alimento de aquella sombra, fueron mis miedos y ese silencio las que la mantuvieron allí, siempre a mi lado.
Algo tenía que poderse hacer al respecto, las respuestas tenían que llegar y para ello me interné en las bibliotecas revisando libros antiguos, de ocultismo, de todo aquel género que pudiera darme alguna pista, una explicación sobre lo que me sucedía.
¿Sería posible, que fuera yo mismo, una negación de mi, de todo aquello reprimido durante años.?
Y llegaron pesadillas en las que se fusionaba conmigo, en las que adquiría diversas formas, algunas muy nítidas. Y por qué no conversar con ella, se me ocurrió una noche, cogí una vela y me situé delante de ese espejo y cuando el sueño comenzaba a llamarme, la llama adquirió vida, parpadeando, danzando otra vez dejó de ser yo y una sonrisa extraña se escuchó susurrándome.
—Es la hora.
El miedo me hizo retroceder pero era una utopía sin más, no podía moverme y sentí como algo en mi interior se rompía, un click silencioso que me acercaba hacia el espejo. La oscuridad lo sumió todo.
No se que ocurrió, ni cuanto tiempo paso. La luz se colaba por las rendijas de la persianilla que cubría la ventana del salón. Estaba en el suelo tirado y no pude evitar levantarme con prisa y dirigirme al espejo. Era mi reflejo, en los ojos ya no estaba esa sombra, no estaba a mi lado, era yo, ahora quien la habitaba…
Y ahora me pregunto continuamente, ¿Cuánto tardaré en desaparecer en la oscuridad de mi existencia?
@María José Luque Fernández
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